La
importancia del acontecimiento que supuso el Concilio Vaticano II
justifica por sí misma cualquier proyecto encaminado a una más profunda
comprensión de lo que dicho Concilio ha significado y significa para la
vida de la Iglesia, en cuanto expresión del Magisterio auténtico de la
Iglesia Católica, que custodia celosamente y expone fielmente el tesoro
de la Revelación Divina.
Añadamos a esto el llamamiento de los dos últimos Romanos Pontífices, Benedicto XVI y Juan Pablo II, que reafirman el valor peremne de las enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano II (cf. Porta Fidei 5).
Por este motivo damos inicio a este proyecto de constituir como un aula virtual en la que escudriñar la riqueza de la enseñanza del Concilio Vaticano II, examinar su valor intrínseco y su fecundidad para los desafíos presentes.
Pero ¿es necesario todavía, medio siglo después, dedicar nuestros esfuerzos a la comprensión y aplicación del Concilio Vaticano II? ¿No resulta esta tarea algo redundante? ¿No es superfluo resaltar el valor de su enseñanza, siendo así que nadie duda de ella?
Con preocupación debemos responder que este esfuerzo es más necesario que nunca. El Magisterio del Concilio Vaticano II está lejos de haber sido recibido, asimilado, comprendido, incluso aceptado en amplios sectores y dimensiones de la Iglesia. Era el propio Juan Pablo II quien advertía de la deficiente recepción de la enseñanza conciliar (cf. Tertio millennio adveniente 36) y señalaba «Es necesario no perder la genuina intención de los padres conciliares; más bien, hay que recuperarla superando interpretaciones arbitrarias y parciales, que han impedido expresar del mejor modo posible la novedad del magisterio conciliar.» (Discurso 27-II-2000)
Esta conciencia de que el Magisterio del Concilio Vaticano II debe entenderse desde la continuidad con la Tradición apostólica, pero que una interpretación correcta exige también percibir la decisiva novedad que supone la profundización que los Padres conciliares hicieron del depósito de la fe, es la que nos mueve a un grupo de fieles católicos a crear este aula consagrada a la reflexión y análisis de dicho Concilio. Reflexión que está abierta a la participación y a tener en cuenta todas las objeciones que puedan plantearse a nuestro humilde esfuerzo, siempre y cuando se planteen como objeciones razonables.
Ninguna reflexión parte de cero; siempre comenzamos con una cierta precomprensión del objeto que aspiramos a interpretar. Nuestros puntos de partida, sintetizados, son los siguientes:
Añadamos a esto el llamamiento de los dos últimos Romanos Pontífices, Benedicto XVI y Juan Pablo II, que reafirman el valor peremne de las enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano II (cf. Porta Fidei 5).
Por este motivo damos inicio a este proyecto de constituir como un aula virtual en la que escudriñar la riqueza de la enseñanza del Concilio Vaticano II, examinar su valor intrínseco y su fecundidad para los desafíos presentes.
Pero ¿es necesario todavía, medio siglo después, dedicar nuestros esfuerzos a la comprensión y aplicación del Concilio Vaticano II? ¿No resulta esta tarea algo redundante? ¿No es superfluo resaltar el valor de su enseñanza, siendo así que nadie duda de ella?
Con preocupación debemos responder que este esfuerzo es más necesario que nunca. El Magisterio del Concilio Vaticano II está lejos de haber sido recibido, asimilado, comprendido, incluso aceptado en amplios sectores y dimensiones de la Iglesia. Era el propio Juan Pablo II quien advertía de la deficiente recepción de la enseñanza conciliar (cf. Tertio millennio adveniente 36) y señalaba «Es necesario no perder la genuina intención de los padres conciliares; más bien, hay que recuperarla superando interpretaciones arbitrarias y parciales, que han impedido expresar del mejor modo posible la novedad del magisterio conciliar.» (Discurso 27-II-2000)
Esta conciencia de que el Magisterio del Concilio Vaticano II debe entenderse desde la continuidad con la Tradición apostólica, pero que una interpretación correcta exige también percibir la decisiva novedad que supone la profundización que los Padres conciliares hicieron del depósito de la fe, es la que nos mueve a un grupo de fieles católicos a crear este aula consagrada a la reflexión y análisis de dicho Concilio. Reflexión que está abierta a la participación y a tener en cuenta todas las objeciones que puedan plantearse a nuestro humilde esfuerzo, siempre y cuando se planteen como objeciones razonables.
Ninguna reflexión parte de cero; siempre comenzamos con una cierta precomprensión del objeto que aspiramos a interpretar. Nuestros puntos de partida, sintetizados, son los siguientes:
- Nos preocupa la proliferación dentro mismo de la Iglesia Católica un cuestionamiento, a veces tácito, a veces expreso, de la vigencia del Concilio Ecuménico Vaticano II. Este cuestionamiento adopta formas diversas y, si bien ha existido desde la época del Concilio mismo; ha adoptado en los últimos años una especial virulencia y un tono de creciente triunfalismo, presentándose como si determinadas decisiones de la Sede Romana lo estuvieran legitimando.
- Estimamos que los fieles católicos –especialmente pastores, teólogos, comunicadores– que hemos procurado vivir en el modelo de Iglesia presentado por el Concilio, que nunca lo hemos percibido como una ruptura con la Tradición ni podríamos tampoco vivirlo como una mera repetición de la enseñanza anterior, y que somos la inmensa mayoría de los fieles, no estamos respondiendo a aquellas tendencias anticonciliares con la debida energía, claridad, seriedad y valentía.
- El Concilio Vaticano II, legítimamente convocado por el Sumo Pontífice Juan XXIII, y cuyos decretos fueron promulgados por su sucesor Pablo VI, es el vigésimo primer Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica, actuación solemne de la suprema autoridad de la Iglesia. En consecuencia, su enseñanza exige el religioso obsequio del entendimiento y la voluntad de todos los fieles cristianos, de acuerdo con la intención de dicho sagrado sínodo. Cualquiera que pretendiese ignorar o minimizar la autoridad del Concilio no puede pretender hacerse pasar por un fiel y obediente hijo de la Iglesia Católica.
- La autoridad del Concilio se prolonga en cierta medida en los desarrollos auspiciados por este y que se han llevado a efecto en el período posterior. Entre estos desarrollos cabe destacar la reforma litúrgica emprendida por Pablo VI y prolongada por Juan Pablo II, el Código de derecho canónico, los diferentes avances y declaraciones en el diálogo ecuménico, etc. Pretender que la Iglesia podría vivir su fidelidad a la enseñanza conciliar prescindiendo de estos elementos o actuando como si no se hubieran dado es tanto como negar la existencia o legitimidad del mismo Concilio Ecuménico.
- Con razón ha reclamado Benedicto XVI que se lleve a cabo una correcta interpretación del magisterio del Concilio Vaticano II, y ha prevenido contra lo que se ha denominado hermenéutica de la ruptura. Los decretos emanados por el Concilio deben leerse a la luz del magisterio anterior y, más profundamente, de la Tradición viva de la Iglesia. Nadie tiene mayor autoridad a la hora de interpretar el Magisterio que el propio Magisterio. Quien pretendiendo ser fiel a la tradición magisterial se niega a aceptar la enseñanza del Concilio Vaticano II, desconoce por definición el verdadero sentido de dicha tradición magisterial y, por consiguiente, la traiciona.
- En consecuencia, una verdadera fidelidad al Magisterio plurisecular de la Iglesia exige verlo no sólo como un contenido fijo y repetitivo, ni como suceptible tan sólo de un crecimiento meramente cumulativo, sino como un desarrollo orgánico de profundización en la revelación divina (la cual, consistiendo en la autocomunicación de Dios mismo, es necesariamente inagotable). El Concilio Vaticano II constituye un hito irrenunciable de dicha profundización y esclarecimiento de la revelación divina y, en la medida en que implica un avance en su comprensión con la asistencia del Espíritu Santo, implica una novedad expuesta de manera auténtica, es decir, obligatoria. No sería, por tanto, una correcta interpretación del Concilio Vaticano II la que pretendiera desconocer o minimizar la profunda renovación y transformación que éste ha significado (y debe significar en el futuro) para la fe y la vida de la Iglesia.
- Estas consideraciones no pueden quedar en meras proclamas retóricas. Cada una de las afirmaciones anteriores, cada uno de estos principios debe justificarse rigurosamente. Creemos que es necesario examinar los contenidos de los documentos conciliares, plantear con la mayor honestidad los problemas y objeciones que se suscitan, discutir de una forma sistemática los argumentos que se presenten. Esto exige una aplicación rigurosa de la metodología teológica, sin derivar en consignas sentimentalistas ni adhesiones fanáticas, y sin dar nada por definitivamente sentado. Por eso animamos a cualquiera que no comparta estos principios a que –manteniendo siempre la debida cortesía, aún más, entre creyentes, la caridad que cabe esperar entre cristianos– nos exponga del modo más explícito y articulado posible sus objeciones, de modo que podamos darle respuesta razonada, dispuestos como estamos a persuadir mediante la razón, y también mediante la razón a dejarnos persuadir, siempre a partir de la Revelación cristiana y a la luz del Magisterio de la Iglesia. Este examen debe comenzar por nuestras propias posiciones, y debe extenderse, evidentemente, a las de quienes piensan de modo diverso. Incluso, desde una actitud de respeto, debe estar dispuesto a evaluar en qué medida la vida de la Iglesia entera y, en particular, el ministerio de sus actuales pastores corresponde o no, en su predicación, en su liturgia, en su práctica y ordenamiento jurídico, con la renovación de la doctrina y de la vida eclesial auspiciadas por el Concilio Vaticano II. No basta con proclamar la vigencia del Concilio si, al mismo tiempo, se toman decisiones que, consideradas objetivamente, contribuyen a la neutralización del mismo.
(Este texto es un resumen del artículo fundacional: "La vigencia del Concilio Vaticano II", que puedes leer completo pinchando sobre el enlace).